Es normal que algunos niños no se sientan cómodos al entrar al agua, sobre todo si es su primera experiencia en una alberca. Y si te preguntas qué hacer si mi hijo no quiere meterse al agua, no estás solo. Es una situación más común de lo que parece y tiene solución.
Lo importante es acompañarlos con paciencia, empatía y algunas estrategias que pueden marcar la diferencia.
El rechazo al agua puede tener muchas causas: temor a lo desconocido, experiencias pasadas, ruidos fuertes o simplemente una etapa de desarrollo.
No hay que forzarlos ni minimizar lo que sienten. En lugar de decir “no pasa nada” o “ya deberías poder”, valida sus emociones: “entiendo que te sientas incómodo” o “vamos a ir paso a paso”.
Una buena estrategia es crear momentos agradables en entornos acuáticos sin necesidad de nadar. Puedes jugar con ellos cerca de la alberca, mojar los pies, lanzar juguetes al agua o incluso ver videos divertidos de niños nadando.
Esto ayuda a que el agua deje de ser algo intimidante y se convierta en parte del juego.
Evita frases como “mira, los demás ya están nadando” o “tu hermana no lloraba cuando tenía tu edad”. Cada niño tiene su propio ritmo y comparar solo aumenta la presión.
En cambio, reconoce sus avances, por pequeños que sean: si hoy se mojó las manos o se sentó en la orilla, ¡ya es un logro!
A veces, la presencia tranquila de mamá o papá puede dar seguridad. Si está permitido, puedes entrar al agua con él o quedarte cerca observando sin intervenir demasiado.
Tu actitud transmite confianza. Si tú estás relajado, es más probable que él también lo esté.
El juego es el lenguaje natural de los niños. Globos, juguetes flotantes, canciones, burbujas… Todo suma.
A través del juego, el agua deja de ser un entorno rígido y se convierte en un espacio para explorar con libertad.
Muchos instructores utilizan estas dinámicas en clases de natación infantil justamente por eso.
Si tu hijo asiste a clases, es importante que lo haga de forma regular. La constancia genera confianza. Cuanto más tiempo pasa entre una clase y otra, más se interrumpe el proceso de adaptación.
Aunque al principio no se meta al agua, acudir a la clase, ver a sus compañeros y estar presente forma parte del avance.
Superar el miedo al agua no es algo que suceda de un día para otro. Habrá días buenos y otros en los que dé un paso atrás. Ten paciencia y confía.
Lo importante es no rendirse ni dejar de asistir. Poco a poco, su confianza crecerá.
En Club Cañada, sabemos qué hacer si tu hijo no quiere meterse al agua. Nuestros instructores están capacitados para guiar a cada niño desde el respeto y el juego, creando un ambiente en el que se sientan seguros y motivados.
Aquí no se trata solo de aprender a nadar, sino de disfrutar el proceso, construir confianza y celebrar cada pequeño logro.
Si tu hijo necesita tiempo, en Club Cañada lo tendrá. Y tú también contarás con nuestro apoyo en cada paso.
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